Nobel de Paz nos compromete en planes de guerra

Seis Ejércitos de la OTAN y países neutrales maniobran en Rumanía (video)

Imagen tomada de internet (soldados británicos en maniobras en Rumania)

Con el sol a la espalda cuando su largo mandato languidece, el presidente Santos, laureado con el Premio Nobel de Paz por sus gestiones a favor de un acuerdo con las entonces FARC-EP, muestra como una gran realización el tratado que da a Colombia el estatus de socio global de la Organización del Tratado del Atlántico Norte-OTÁN-

Triste final para un mandatario que en este caso borra con un codo lo escrito con la mano ya que la vinculación con una alianza político-militar surgida en la Guerra Fría y que responde a los intereses de países imperialistas es totalmente contradictoria no solamente con el acuerdo para la terminación del conflicto armado interno sino también con los principios constitucionales y de derecho internacional que deben guiar la política exterior de la nación.

En primer lugar la paz que se consagra como eje del estado desde el preámbulo de la Carta y se ratifica como derecho fundamental y como deber en su artículo 22 es el primer damnificado de este verdadero pacto con el diablo ya que la OTAN (NATO por sus siglas en inglés) a donde la oligarquía colombiana nos quiere meter de “ñatas”, es por definición y por su práctica una organización guerrerista que cuenta entre sus miembros a varios estados con armas nucleares. Para solamente mencionar algunos de los casos más recientes, recordemos la agresión por parte de estados de esa organización a Libia en 2011 con un enorme costo para ese país que aún no se repone de las consecuencias de esa intervención por lo demás violatoria del derecho internacional, la presencia de tropas de la Otan en Afganistán, el apoyo a los grupos terroristas en Siria y los bombardeos de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos a ese país sin permiso de la ONU y en general su política de expansión y de incremento de las tensiones en extensas zonas del planeta.

Salen también muy afectados los principios orientadores de las relaciones exteriores, los cuales según el artículo 9 de la Constitución son la soberanía nacional, el respeto a la autodeterminación de los pueblos y el reconocimiento de los principios de derecho internacional aceptados por Colombia. Dichos principios son la búsqueda de la paz mundial, el arreglo pacífico de las controversias, el respeto a la soberanía de los países,  la no intervención en sus asuntos internos, puntos que no han sido muy bien tratados en la historia de la famosa OTÁN.

Además nuestra Carta establece muy claramente que la política exterior de Colombia se debe orientar a la integración latinoamericana y del Caribe, por lo que no se ve muy congruente con ese imperativo la práctica adhesión y subordinación a un ente conformado por estados de una órbita geopolítica e intereses muy ajenos a los nuestros y a los de los hermanos latinoamericanos y caribeños.

Como si fuera poco, la flamante alianza pone en riesgo otros compromisos de Colombia como la declaración de América Latina como zona de paz libre de armas nucleares y su membresía en la Unión Suramericana de Naciones-UNASUR- que es nuestro espacio natural y es incompatible con la pertenencia a otros bloques político-militares o con la presencia de fuerzas militares ajenas a la región.

El presidente, como para dorar la píldora y tranquilizar la opinión pública sostiene que en el pacto de coorperación no está contemplado utilizar la OTAN para atacar a algún país y que  «ni siquiera se trata de llevar la OTAN a América Latina», sino de hacer que el ejército de Colombia asimile ciertas «buenas prácticas» como la participación en «misiones de paz en otras partes del mundo». Por lo demás, Santos ha querido aclarar que la colaboración que Colombia quiere establecer con la OTAN no obliga «bajo ninguna circunstancia a participar en ningún tipo de operación militar».

Sin embargo, me temo que la palabra presidencial no es propiamente la más creible y de hecho la experiencia enseña que frecuentemente cuando un alto funcionario niega algo es porque ya se está haciendo o planeando hacer lo contrario. Si un ministro dice que no habrá alza en algún servicio o producto es casi seguro que ya tiene bajo la manga el decreto autorizándola y Juan Manuel Santos no ha sido propiamente el personaje más cumplidor de su palabra ni el que mejor honra sus compromisos (recordemos su promesa “grabada en mármol” de que no aumentaría los impuestos). Tampoco la actitud cipaya de los gobiernos es la mejor garantía de que no nos veremos involucrados en intervenciones o en guerras ajenas. No está muy lejana la participación de nuestro ejército en la guerra de Corea. Aún en el subcontinente se nos señala como el Caín de América por darle la espalda a la Argentina en la Guerra de las Malvinas durante el gobierno de Turbay, tradición que continuó con Uribe al saludar la invasión de Estados Unidos a Irak. En fin, para no continuar una lista tan abominable, recordemos que durante el gobierno de Uribe se dieron pasos para enviar soldados colombianos a Afganistán (gestión que luego siguió durante la primera era santista el inefable minsitro Pinzón), se selló el acuerdo de instalación de bases gringas y durante el segundo período de Santos se permitió el envío de mercenarios compatriotas nuestros a Yemen y se dieron los pasos de acercamiento para los acuerdos de cooperación militar con la OTAN y la Unión Europea, a la vez que se incrementaron los encuentros secretos con el Comando Sur del ejército gringo, con el Departamento de Estado y la CIA para acordar acciones conjuntas contra el gobierno venezolano.

Que cada cual juzgue entonces qué tan creibles y sinceras son las afirmaciones presidenciales sobre el carácter limitado de nuestra asociación con la dirigencia del Atlántico Norte. Muy seguramente lo de la compra de armas sí sea verdad, incrementando un rubro nada productivo, mientras las necesidades sociales siguen en un segundo plano.

Por lo pronto, ojalá de la decisiva segunda vuelta presidencial de este domingo surja un jefe de estado verdaderamente comprometido con la soberanía nacional y con la paz en Colombia y en el mundo. Claramente no es la criatura manejada por el  expresidente de los falsos positivos (“presidente eterno de los colombianos” en palabras de quien funge de candidato) en quien se puede fincar esa esperanza, en tanto el vocero de Colombia Humana y su excelente compañera de fórmula por sus trayectorias dan más trazas de estar comprometidos con esa opción.

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